lunes, 27 de agosto de 2012

Todo el mundo quiere ser DJ


Mejores o peores, todos aprovechan el impulso de su fama previa. Y parece que el público responde: Kiko Rivera ha llegado a embolsarse 9.900 euros por una sesión. 

Que se prepare la Virgen del Socorro. El viernes que viene, como plato fuerte del programa de fiestas en su honor, la plaza de toros de Vitigudino (Salamanca) recibirá a Kiko Rivera, el artista antes conocido como Paquirrín, que después de muchos tumbos existenciales parece haber encontrado su lugar en el mundo como discjockey. «Es una profesión que admiro muchísimo, disfruto cada segundo que la ejerzo», ha dicho, y la verdad es que nadie esperaba de Kiko tanta pasión por un empleo. Con su portátil Apple y sus cascos –suele usar unos rojos, muy chulos–, el hijo de Isabel Pantoja pondrá a bailar a la juventud de Vitigudino con músicas tan poco celestiales como su propio ‘Quítate el top’ y, quizá lo más importante, se dejará ver, fotografiar y grabar hasta la extenuación, porque al público le gusta registrar su imagen y colgarla en YouTube para demostrar lo cerca que está de él, mientras de fondo suena la música.

Kiko Rivera es un ‘celebrity DJ’, y en esa singular mezcla de fama y oficio suele pesar más lo primero. La popularidad previa, sea heredada o cosechada en otros terrenos de la vida, sirve de atajo hasta las mejores cabinas y abre de par en par algunos nichos de mercado, como fiestas patronales, presentaciones de productos o inauguraciones de locales. La lista de personajes conocidos que se dedican a pinchar cada vez es más larga y variada: hay pilotos (Fonsi Nieto y Jaime Alguersuari), actores (Nacho Vidal, Maxi Iglesias o David Castillo, el hijo de Aída en la serie de televisión), profesionales de la moda (Bimba Bosé, David Delfín, Carlos Díez) y famosos de nacimiento como Sofía Cristo, aunque la hija de Bárbara Rey puede considerarse un caso excepcional, ya que lleva más de una década dedicándose a esto. Hasta la nieta de la duquesa de Alba, Brianda Fitz-James Stuart, se ha convertido en la «referencia absoluta en la nueva movida madrileña» gracias a sus eclécticas sesiones, según afirman sus osados representantes.

La tecnología ha conseguido que pinchar sea mucho más sencillo que antaño, cuando empalmar canciones para que no decayese el flujo de la música era una tarea artesanal que requería práctica y destreza. Muchos DJs siguen defendiendo la manera tradicional de hacer las cosas, pero Kiko Rivera, por ejemplo, no utiliza cedés, ni mucho menos vinilos, sino simplemente el portátil y un controlador. Una función, el ‘sync’, puede resolver automáticamente las transiciones entre temas, que es donde un discjockey prueba su maestría. «De todas formas, yo no creo que el quid de la cuestión esté ahí, porque grandes como Richie Hawtin o Marco Carola también usan el ‘sync’ –apunta Víctor de la Serna, discjockey y director de la edición española de ‘DJ Mag’, la revista de referencia en este universo–. Para mí lo importante es que el DJ profesional sabe desarrollar una sesión, hacer una selección musical con peso, mientras que estas personas no suelen tener recorrido musical ni experiencia». La búsqueda incesante de temas para sorprender al público entendido, otro de los rasgos esenciales de la figura del discjockey, también se puede reducir a la simpleza: basta escuchar en internet alguna sesión de un pinchadiscos admirado y descargarse lo más atractivo, como quien empuja el carrito por los pasillos del supermercado.

Víctor de la Serna contempla con tristeza la notoriedad de estos nuevos colegas: «En España hay gente muy buena que no recibe ni una mínima parte de esta atención, aunque la culpa es de los promotores o las discotecas que los contratan. Cuando ya habíamos superado el daño que hizo aquello de la ‘ruta del bakalao’, irrumpe esta gente que muchas veces desvirtúa la profesión. Yo no he visto pinchar a Kiko Rivera, pero sí vídeos en YouTube, y pone un mezcladillo de reggaetón, house y David Guetta propio del discomóvil de pueblo o el discjockey de bodas». Ambas son figuras muy respetables, qué duda cabe, pero se mueven en otro nivel de caché: de Rivera se sabe que en mayo se embolsó 9.900 euros por pinchar en Alcantarilla (Murcia), aunque en otras actuaciones se manejan tarifas más bajas, en torno a los 6.000 euros. Y no le va nada mal. Esta misma semana, además de animar las fiestas de Vitigudino, tiene otro bolo el sábado en Alburquerque (Badajoz).

En el extranjero, la representante por excelencia de esta escena es Paris Hilton, que ya fue reconocida como ‘mejor celebrity DJ’ en los premios DanceStar de hace ocho años. Su debut a gran escala se ha producido hace poco más de un mes en un festival de São Paulo, después de estar practicando «entre seis y ocho horas diarias durante un año». La rubia heredera lució auriculares con pedrería y guantes de cuero hasta los codos, ondeó una banderita brasileña, se hizo un lío al superponer una canción suya y otra de Rihanna y acumuló comentarios despiadados de un montón de discjockeys más competentes. «Es como si yo digo que soy médico después de leer dos veces una web de salud», soltó Samantha Ronson. «Los mayas supieron que se aproximaba esta mierda», escribió Deadmau5, uno de los profesionales más reputados del mundo. «Hay que practicar para convertirse en DJ, no basta con ondear una bandera. Además, estaba pregrabado», declaró el mismísimo Afrojack, que fue novio de Paris y ha colaborado con ella en algunas canciones.

La revolución Guetta
Pero el fenómeno tiene toda la pinta de seguir en aumento, alimentado por la creciente fama y los patrimonios envidiables de las primeras figuras del gremio. La revista ‘Forbes’ incluyó este año a dos discjockeys en su lista de los cien famosos más influyentes: el estadounidense Skrillex, a quien atribuye unos ingresos anuales de doce millones de euros, y el holandés Tiësto, con diecinueve millones. Tiësto, en activo desde los 80, pasa por ser el DJ más rico, con una fortuna estimada en más de cincuenta millones, pero la gran revolución en la presencia pública de la profesión se debe al francés David Guetta, una megaestrella global de estampa inconfundible y éxito inabarcable, hasta el punto de que tiene dobles buscavidas que se ganan unos cuartos imitándole y haciendo sonar sus temas.

Guetta, de 44 años, empezó desde lo más bajo, pinchando en un club gay cuando tenía 17, así que nadie le ha regalado su hueco en la élite del pop bailable. La fiesta semanal que regenta junto a su esposa en Pachá Ibiza, bautizada como Fuck Me I’m Famous, se ha convertido en una máquina de hacer dinero, a 79 euros la entrada. Y su agenda delata al triunfador: esta semana, por ejemplo, se moverá en su avión privado para cubrir siete actuaciones, incluidas dos el mismo día en Francia y Austria, con un caché que puede alcanzar los 150.000 euros en grandes festivales o lugares como Las Vegas, una de las nuevas mecas de la música electrónica. Visto así, parece normal que Fonsi Nieto quiera convertirse en «el David Guetta de España». Al fin y al cabo, ya ha pinchado alguna vez en la misma cabina que él.


Fuente: http://www.diariosur.es

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